Para Jorge Sorabilla es falsa la disyuntiva entre apertura comercial y proteccionismo
En una nota publicada en un matutino de Buenos Aires Jorgen Sorabilla, presidente de la Fundación ProTejer y director de la empresa TN Platex, hace una análisis sobre posiciones y falsas antinomias que están imponiendo economistas de influencia determinante en el actual gobierno argentino. En ella sostiene que “entender la apertura comercial como un fin en sí mismo (…) nos llevará al plano de la irracionalidad y el fracaso”.
Escribe Jorge Sorabilla *
Los economistas equivocados, de los que abundan en nuestro país, suelen cometer el grave error de confundir instrumentos con objetivos. La política comercial, de la que se sirve un gobierno para fijar su derrotero hacia un país más desarrollado, no es un objetivo sino una herramienta. El objetivo es el desarrollo. Confrontar entre estrategias proteccionistas rivalizando con senderos aperturistas y tomar partido por una de ellas, es la clara manifestación de la confusión o intencionalidad.
Los buenos martillos tienen dos cabezas, una sirve para clavar clavos y la otra para sacarlos. Para construir una casa se necesitan de ambas funciones prestadas por el martillo. Si, ridículamente, nos fanatizamos por una cabeza del martillo, la casa no va a poder ser construida. La casa es el desarrollo, entendida como objetivo final. El martillo es la política comercial, entendido como un mero instrumento que debe ser bien utilizado, entre otras tantas herramientas que se deben disponer para tal fin. Invertir estos conceptos básicos es, habitualmente, muy dañino.
Los países desarrollados son tan aperturistas como proteccionistas, depende de dónde necesiten estas funciones. Esta aparente contradicción la resuelve una correcta estrategia que, teniendo en cuenta sus rasgos, deriva en el vector resultante que busca fortalecer su desarrollo.
Entender la apertura comercial como un fin en sí mismo y, al tiempo, sostenerla como un atributo mágico que resolverá los problemas estructurales del país nos llevará al plano de la irracionalidad y el fracaso. Tan irracional como ver a un albañil queriendo, desenfrenadamente, clavar un clavo utilizando el lado del martillo del sacaclavos.
Flaco favor le hacen estos economistas al nuevo gobierno, que enfrenta el desafío de reducir el flagelo de la pobreza que afecta ni más ni menos que al 32% de la población, al recomendar recorrer el sendero de la apertura asumiendo el costo de destruir miles de puestos de trabajo y peor aún de empleos industriales, que son los que mayor cantidad de ocupados indirectos generan. En un país donde solamente trabaja el 30% de la población económicamente activa en el empleo privado formal.
Acusan falsamente a la industria nacional de utilizar a sus ocupados como escudos humanos para la defensa frente a la también falsa afirmación de la falta de eficiencia productiva que tienen los distintos entramados industriales. Lo increíble es que frente al falso diagnóstico proponen eliminarlos directamente. Algo así como «vayamos al desarrollo destruyendo empleo industrial», sin explicar cómo la Argentina que tiene enormes problemas estructurales, va a poder crear otros empleos privados que generen valor agregado, en lugar de ir a engrosar por falta de trabajo genuino a la enorme población que ya se encuentra bajo la línea de pobreza. Este grito irracional se fundamenta en varias falsedades pero una de ellas es el ariete principal con que se ataca a la industria a la que se le endilga falta de competitividad.
La competitividad de un sector está compuesta por dos variables: la eficiencia sectorial puertas adentro de las fábricas y la competitividad sistémica del país, puertas afuera. La cadena de valor textil indumentaria argentina, que genera más de 420.000 puestos de trabajo, detenta un muy alto grado de eficiencia sectorial situándose a niveles de competencia global cuando se compara la eficiencia en el uso de recursos insumidos en producir sus bienes.
El problema estructural se encuentra más allá del alcance de los industriales nacionales, y está referida a la competitividad sistémica de nuestro país estructurada a partir de la presión fiscal más alta del mundo, en el alto grado de complejidad y de regulaciones en la gestión legal administrativa, en el subdesarrollo de nuestro sistema financiero que brinda servicios raquíticos a altísimos costos, la falta de infraestructura, los costos logísticos exorbitantes, los costos de la energía, el alto nivel de la renta inmobiliaria, el deterioro de la educación y de la salud pública, los costos laborales no salariales como la litigiosidad laboral y el ausentismo, entre otros fundamentos que impactan sobre la estructura de costos de cualquier bien producido en el país.
La industria nacional no es el problema sino, por el contrario, es la solución y la gran oportunidad para una estrategia de inserción internacional que permita reposicionar a la Argentina no sólo como un proveedor de productos primarios sino también de valor agregado en el comercio global. Para eso, antes que nada, el país deberá resolver los problemas de su competitividad sistémica pues, con ellos a cuesta, la estrategia de apertura sólo garantizará la destrucción del empleo industrial y su multiplicador en nuestra economía, con su consecuente impacto negativo en el tejido económico y social de nuestro país, ya vivido no tantos años atrás.
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* Jorge Sorabilla es presidente de la Fundación ProTejer
Artículo publicado en el Diario La Nación
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