Medio Ambiente y Sostenibilidad
El reciclado textil se enfrenta con graves problemas que ponen en duda su factibilidad
En la transición hacia una economía circular en la industria de la moda, el diseño de las prendas se ha convertido en un factor decisivo para garantizar que las fibras textiles puedan reutilizarse y reciclarse en lugar de terminar en vertederos o incineradoras. Hoy, menos del 1% de los residuos textiles se recicla en nuevas fibras, una cifra que revela la magnitud del desafío. El problema central radica en la heterogeneidad de los materiales: la mayoría de las prendas están hechas con mezclas de fibras —lana con cachemira y poliéster, algodón con viscosa, acrílico combinado con nailon—, una característica que hasta ahora era considerada un valor agregado en el mercado, pero que representa un obstáculo para su recuperación circular.
La primera etapa de ese proceso es la clasificación de la ropa usada, un sistema históricamente sostenido por la reventa de prendas de mayor valor. Sin embargo, el auge de plataformas digitales y el impacto de la moda rápida y ultrarrápida han deteriorado el modelo de negocio tradicional. La ropa de mejor calidad rara vez llega a los centros de clasificación, y la que sí lo hace suele tener un valor cada vez menor. Esto ha puesto contra las cuerdas a empresas recolectoras, que deben financiar con menos ingresos procesos de clasificación más costosos y complejos. La solución parece estar en la automatización: tecnologías como Fibersort, capaz de identificar la composición y el color de cada prenda en segundos, ya están en marcha, aunque la gran pregunta es quién debería costear estas inversiones millonarias.
La falta de conexión entre diseño, comercialización y reciclaje es otro de los grandes nudos críticos. A los diseñadores se les exige producir prendas que se vendan rápido, no que sean reciclables. Eso genera lo que los recicladores llaman “sorpresas”: ornamentos, cierres, etiquetas o combinaciones de fibras que hacen imposible reprocesar el material. “La industria ha tardado años en adaptarse a los procesos de reciclaje mecánico y químico. Ahora se le pide que piense en la clasificación y el preprocesamiento automatizados”, resume la británica Cyndi Rhoades, cofundadora de Circle-8 Textile Ecosystems, que proyecta instalar plantas de clasificación automatizada de gran escala en Reino Unido. Estas instalaciones, capaces de procesar 50.000 toneladas de textiles, serían un paso clave para garantizar materia prima apta para reciclaje, pero solo se justificarán si las marcas demandan fibras recicladas en grandes cantidades.
El vínculo entre productores, diseñadores y recicladores se vuelve crucial. Según Tim Cross, de Project Re:Claim, un tercio de la ropa que circula en el mercado ya es reciclable sin cambios, otro tercio podría serlo con modificaciones menores, como usar hilos de la misma composición que la prenda, y el resto requerirá rediseños profundos o nuevas tecnologías. Esta “teoría de los tercios” plantea que la transformación es posible sin esperar a una nueva generación de diseñadores, siempre y cuando haya voluntad de adaptación y políticas que lo incentiven.
La circularidad no es solo un tema de innovación tecnológica, sino también de responsabilidad compartida. La Confederación Europea de Industrias del Reciclaje reclama un cambio sistémico, ya que el valor de la ropa usada dejó de ser suficiente para sostener al sector. Se discute trasladar la carga a los municipios o aplicar medidas de responsabilidad extendida del productor que obliguen a marcas y minoristas a financiar el circuito. En paralelo, la inteligencia artificial y los pasaportes digitales de productos aparecen en el horizonte como herramientas para mejorar la trazabilidad y asegurar que las prendas puedan volver al ciclo productivo.
Mientras tanto, la industria se mueve en un equilibrio frágil entre el ideal del reciclaje textil a textil y soluciones intermedias de infraciclaje, como la producción de aislamientos. La realidad es que el reciclaje químico aún está en etapa incipiente y no será masivo en el corto plazo.
Sin embargo, cada avance en clasificación automatizada y en diseño circular acerca la posibilidad de un sistema en el que las prendas se piensen no sólo para ser usadas, sino también para ser transformadas al final de su vida útil. “La moda del futuro no dependerá únicamente de la creatividad estética, sino de la capacidad de imaginar una segunda vida para cada hilo”, señalan los ambientalistas.
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Un estudio apunta a España como el país del mundo que más consume moda rápida
A pesar de que la difusión sobre necesidad de cambio de hábitos de consumo y de propender al uso responsable y de productos sostenibles, los consumidores muestran que pocos toman en serio esa preocupación y siguen destinando la mayor parte de su presupuesto para indumentaria a la moda rápida. El caso de España.
Los datos de un reciente estudio de la marca británica Kaiia lo confirma . La paradoja es evidente: mientras Europa debate y busca aplicar regulaciones y erigirse como referente en sostenibilidad, el comportamiento de compra de sus consumidores se inclina de forma masiva hacia los productos ofrecidos por Shein, Zara, H&M y otros gigantes del fast fashion.
Esto implica que en general los europeos destinan la mayor parte de su presupuesto de moda a lo inmediato, barato y accesible, incluso cuando el discurso colectivo cultural aboga por la sostenibilidad.
España lidera el ranking mundial de dependencia hacia la moda rápida: con un gasto de € 27.400 millones en fast fashion de un total de € 30.000 millones, el 91,5% de su mercado de moda está concentrado en este segmento.
La española Zara, de Inditex, el gigante que fue uno de los iniciadores de la expansión global del fast fashion, tiene hoy grandes competidores, dado que en España Shein es hoy el nombre más buscado en internet por los compradores.
Este escenario deja apenas un margen del 9% para el resto del mercado, lo que supone una una situación crítica para marcas emergentes, diseñadores independientes o propuestas de mayor valor agregado en precio o calidad, que deben competir en el actual contexto de recesión económica.
Estos resultados son coincidentes con otros estudios sobre el consumidor español, como el elaborado por Ipsos Digital -contratado por Shein-, que confirman que la moda interesa al 91% de los españoles y que el precio y los talles son factores clave en la decisión de compra.
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Fashion United / Comunidad Textil
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Una investigación revela que el precio de un producto no es un indicador de su calidad
Un estudio conjunto del Instituto de Textiles y Color de la Universidad de Leeds (LITAC) de Gran Bretaña y la ONG ambiental WRAP, ha revelado que el precio de una camiseta no guarda relación directa con su durabilidad, desmontando la percepción de que las prendas más caras son necesariamente más resistentes. La investigación, presentada en la Conferencia sobre Vida Útil de los Productos y el Medio Ambiente (PLATE) en Dinamarca, evaluó 47 camisetas de hombre y mujer de diversas marcas, incluyendo artículos de lujo, bajo pruebas de lavado, secado, formación de bolitas, decoloración, encogimiento y apariencia general.
Los resultados mostraron que seis de las diez camisetas con mejor rendimiento costaban menos de 15 libras. La prenda más costosa, valorada en 395 libras, ocupó el puesto 28 de 47, mientras que una camiseta de 4 libras logró el puesto 15. La más duradera costó 28 libras y la segunda mejor, 29. Para la Dra. Eleanor Scott de LITAC, esto demuestra que la durabilidad no es un privilegio de las prendas de lujo, sino una característica posible a cualquier precio y clave para fomentar la reutilización y la circularidad en la moda.
Mark Sumner, director del programa de textiles de WRAP, advirtió que confiar en el precio como indicador de resistencia es engañoso, subrayando que el estudio demuestra que la calidad y la durabilidad dependen más del diseño y la composición que del costo. La investigación identificó que las camisetas más resistentes suelen incluir fibras sintéticas como poliéster, poliamida o elastano, mientras que las de algodón tienden a encoger más, especialmente con secado en máquina. Sin embargo, cuatro de las diez mejores prendas eran 100 % algodón, lo que confirma que un buen diseño también garantiza durabilidad en fibras naturales.
Cabe destacar que el contexto de este hallazgo es crítico. Algunos estudios proyectan que para el 2030 el consumo mundial de ropa aumentará un 63%, alcanzando los 102 millones de toneladas anuales. Solo en el Reino Unido, en 2021 se enviaron 711.000 toneladas de residuos textiles a vertederos o incineradoras, y el 72% se recogió como residuo doméstico. Además allí una persona promedio adquiere 28 prendas nuevas al año -equivalentes a 8 kg por persona o 586.000 toneladas en total- y alrededor de una cuarta parte de su guardarropa permanece sin uso durante más de un año.
La organización ambientalista WRAP considera que el diseño para la durabilidad es un pilar indispensable en la transición hacia un modelo de negocio textil más sostenible, compatible con la rentabilidad y las demandas del consumidor. La organización busca ampliar la metodología de pruebas a otras regiones, colaborando con marcas de la Unión Europea y EE. UU. para establecer estándares internacionales de rendimiento y durabilidad adaptados a diferentes mercados.
Esta investigación es una advertencia importante para empresarios y fabricantes, porque no solo ofrece evidencia para revisar estrategias de diseño y producción, sino también una oportunidad comercial. Queda claro que invertir en durabilidad, independientemente del rango de precio, puede convertirse en un factor diferenciador clave para fidelizar clientes y reducir el impacto ambiental de la industria.
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Innovation in Textiles / Comunidad Textil
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En el año 2024 el desperdicio textil alcanzó un nuevo récord de 120 millones de toneladas

Ghana, uno de los países más pobres de Africa, esta convertido en un vertedero de ropa usada y descatada por Europa.
Boston Consulting Group (BCG) ha publicado recientemente su «Spinning Textile Waste into Value», un informe que evalúa el valor de los residuos textiles a nivel mundial. En el asegura que en 2024 la magnitud del desperdicio textil alcanzó un nuevo récord, con 120 millones de toneladas métricas de ropa desechada en todo el mundo.
Este fenómeno refleja una crisis creciente en la industria de la moda, donde la acelerada producción, combinada con cambios en los hábitos de consumo, impulsa una compra cada vez mayor de prendas que se utilizan menos veces antes de ser descartadas.
Desde el año 2000, la producción mundial de fibra se ha más que duplicado, generando una montaña de desechos que ejerce una presión sin precedentes sobre los sistemas de gestión y reciclaje.
El impacto económico de esta problemática es tan relevante como el ambiental. Cada año, se pierden alrededor de US$ 150.000 millones en materias primas que se extraen, procesan y descartan rápidamente. Para las empresas, esta cifra no solo representa un despilfarro de recursos, sino una oportunidad perdida de recuperar valor y mejorar la eficiencia operativa. De hecho, rescatar apenas una cuarta parte de esos recursos sería suficiente para cubrir el gasto anual combinado en materiales de las 30 compañías de moda más grandes del planeta.
Sin embargo, los sistemas de reciclaje actuales no están preparados para manejar la escala de producción y descarte que caracteriza a la moda contemporánea lanzada al consumo extremo.
La transición hacia una economía circular en el sector se perfila como una necesidad urgente. Esto implica no solo incrementar la capacidad tecnológica para procesar fibras recicladas, sino también generar una demanda sostenida que incentive inversiones en innovación. La adopción de materiales reciclados, tanto en la confección como en la cadena de suministro, podría marcar un punto de inflexión para revertir la tendencia actual.
Sin duda, para lograrlo se requiere la participación activa de todos los actores del ecosistema: marcas, inversores, innovadores y consumidores. Las empresas pueden liderar el cambio estableciendo estándares más altos en la selección de materiales y promoviendo canales efectivos para la recolección y reutilización de prendas. Por su parte, los consumidores -partícipes imprescindibles-, pueden influir directamente optando por productos confeccionados con fibras recicladas y prolongando la vida útil de sus prendas.
La realidad es que en 2024, el 80% de la ropa desechada terminó en vertederos o incineradoras, solo el 12% se reutilizó y menos del 1% se recicló para obtener nuevas fibras.
Este escenario revela un potencial desaprovechado para generar valor económico y reducir la huella ambiental de la industria. Para los empresarios del sector textil y de la moda, la crisis de residuos no solo representa un reto logístico y financiero, sino también una oportunidad estratégica para diferenciarse mediante prácticas sostenibles que respondan a las exigencias de un mercado cada vez más consciente.
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Boston Consulting Group / Comunidad Textil
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‘Campaña por la Lana’: 15 años impulsando la fibra más ‘inteligente’ de la naturaleza
La ‘Campaña por la Lana’ celebra en octubre su 15º Aniversario con un fuerte llamado a la acción, dirigido a los consumidores, bajo el lema: “Compruébalo, es lana”. Desde su lanzamiento en 2010 por iniciativa del Rey Carlos III de Gran Bretaña, entonces Príncipe de Gales, la campaña ha logrado posicionarse como una de las iniciativas globales más influyentes en la promoción del uso de la lana como fibra sostenible.
La red ‘Campaña por la Lana’ abarca a más de 1000 empresas de los sectores agrícola, textil, moda, diseño e interiores, incluyendo marcas icónicas y consolidando al Reino Unido como un actor clave en la revalorización de la lana en la vida moderna.
Peter Ackroyd, presidente de la Campaña, destacó que la misión de la organización es hoy más relevante que nunca. Recordó que la lana es una fibra natural, renovable y biodegradable, capaz de descomponerse sin dejar microplásticos dañinos y convirtiéndose en una opción responsable para el planeta.
Las celebraciones incluirán eventos nacionales e internacionales que resaltarán el papel de la lana en la economía circular, la salud del suelo, la protección marina y la creación de entornos sostenibles. Habrá instalaciones interactivas, presentaciones educativas, tiendas temporales y talleres con artesanos que invitarán al público a conocer las múltiples aplicaciones de esta fibra.
Entre las marcas de moda participantes se encuentran Vivienne Westwood, Johnstons of Elgin, Jeremy Hackett, Harris Tweed Hebrides y Amy Powney, mientras que en el segmento de interiores y estilo de vida participarán empresas como Camira, Brockway, Vispring y Wallace Sewell.
Con esta conmemoración, la campaña busca impulsar un consumo más consciente y fomentar el uso de la lana como una solución innovadora y ecológica frente a las fibras sintéticas.
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Textile World / Comunidad Textil
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Se precisa producir menos, pero habrá que definir cómo mantener la rentabilidad
La industria textil mundial atraviesa una profunda transformación. El modelo tradicional basado en la producción masiva y el consumo acelerado está siendo cuestionado por su impacto ambiental, la saturación del mercado y la presión de un consumidor cada vez más consciente. Frente a esta crisis, se impone una pregunta clave: ¿es posible para las marcas producir menos y, al mismo tiempo, mantener o incluso mejorar su rentabilidad? Las respuestas que están surgiendo desde distintos sectores indican que sí, y que además hacerlo puede ser estratégicamente ventajoso.
Hay acuerdo general de que el volumen actual de producción es insostenible. Según la Fundación Ellen MacArthur, cada año se fabrican más de 100.000 millones de prendas en el mundo. Esta cifra representa aproximadamente el 10% de las emisiones globales de carbono y consume cerca de 93.000 millones de metros cúbicos de agua.
A su vez, el modelo lineal de “extraer-fabricar-desechar” genera 92 millones de toneladas de residuos textiles por año, según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Este escenario obliga a las marcas a repensar la forma en que producen, venden y generan valor.
Una de las principales estrategias para responder a esta problemática es la adopción de modelos de economía circular. A diferencia del modelo lineal, este enfoque busca extender la vida útil de las prendas mediante la reutilización, el reciclaje y el reacondicionamiento. Las marcas que priorizan la calidad sobre la cantidad -a través de prendas duraderas, materiales nobles y diseño atemporal- no solo reducen su huella ambiental, sino que fidelizan a los consumidores y fortalecen su imagen. Un informe de McKinsey & Company de 2020 confirmó que las marcas que apuestan por la sostenibilidad y la durabilidad logran una mayor lealtad del cliente y mejor desempeño financiero.
El reciclaje y el supraciclaje son herramientas clave para cerrar el ciclo productivo. Iniciativas como la recolección de ropa usada, implementada por cadenas como H&M, demuestran que es posible reducir significativamente los residuos y generar nuevas materias primas a partir de productos ya existentes. Además, alianzas con organizaciones como la Better Cotton Initiative permiten a las empresas acceder a insumos más sostenibles, optimizando recursos sin comprometer la calidad.
El uso de herramientas de análisis de datos también está transformando la gestión de la producción. Empresas como Zara emplean sistemas en tiempo real para ajustar sus colecciones a las preferencias del mercado, evitando excesos y maximizando la eficiencia de su cadena de suministro. Esta inteligencia comercial permite ajustar los volúmenes sin perder capacidad de respuesta ni competitividad.
Los materiales sostenibles también juegan un rol fundamental. El auge del algodón orgánico, el Tencel o el poliéster reciclado responde tanto a la necesidad de reducir el impacto ambiental como al interés creciente del consumidor por prendas con bajo impacto ecológico. Marcas como Adidas han incorporado el poliéster reciclado en la mayoría de sus productos, reduciendo costos y reforzando su compromiso con la sostenibilidad.
La transparencia en los procesos productivos es un activo cada vez más valorado por los consumidores. Iniciativas como la “Transparencia Radical” de Everlane, que muestra el desglose de costos y el origen de cada prenda, son un ejemplo del cambio de paradigma en la relación entre marcas y clientes. La confianza se ha convertido en un elemento central para la construcción de valor de marca.
Finalmente, la cooperación intersectorial emerge como un factor clave para acelerar esta transición. La industria textil es compleja y fragmentada, y ningún actor puede avanzar de manera aislada. Entidades como la Sustainable Apparel Coalition reúnen a marcas, proveedores y organizaciones para desarrollar estándares comunes, compartir prácticas sostenibles y generar sinergias que faciliten el cambio.
El camino hacia una industria más sustentable no está libre de desafíos. Requiere inversión, adaptación tecnológica y una nueva mentalidad empresarial. Pero también representa una oportunidad única para innovar, diferenciarse y anticiparse a un nuevo modelo de consumo.
Producir menos no significa reducir márgenes, sino transformarlos. Significa vender mejor, con mayor valor agregado, menor desperdicio y una narrativa de marca alineada con los valores del siglo XXI.
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Global Textile Times / Comunidad Textil
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La ‘conciencia ambiental’ del consumidor no es garantía de elegir un producto sostenible
El 25 de junio pasado se realizó un encuentro organizado en París por Ademe (la Agencia de la Transición Ecológica, del gobierno francés) sobre las acciones que deberían llevar adelante las empresas en un contexto en que el cliente busca ropa sostenible pero no quiere gastar de más.
Una de las primeras frases que se escucharon en la conferencia de Ademe fue: “Lo que impulsa la compra es, ante todo, el carácter estético, no la preocupación ecológica”. Nicolás Rohr, cofundador de Faguo añadió que “el cliente busca ante todo el placer, después el precio, y sólo entonces se plantea las cuestiones medioambientales. Así que ya no funciona el enfoque de vender prendas con el argumento de ‘ponte esto, que es responsable”.
Con esta premisa, los participantes debatieron sobre las formas discursivas de llegar a ese consumidor que tiene conciencia ecológica pero que no se traduce en un cambio de hábitos de consumo. “Este tipo de paradoja no es exclusiva de la moda, también se observa en muchas otras categorías de productos” afirmó Boris Descarrega, director asociado del Observatorio de la Sociedad y del Consumo (Obsoco).
Sihem Dekhili, profesora de marketing sostenible en la escuela de negocios ESSCA dijo, por su parte, que “cuando hablamos de convencer a los consumidores, el precio sigue siendo el principal obstáculo para adoptar moda sostenible. En promedio, la gente está dispuesta a pagar un 7,5% más por una prenda más sostenible. Entonces, la cuestión es saber qué argumentos pueden convencerles de pagar más”.
Para Boris Descarrega, la clave está en “no poner toda la responsabilidad en el consumidor”. “Hay que sensibilizar, sí, pero también hay que actuar del lado de la oferta. Hay que evitar discursos moralistas y de resistencia ante la moda contaminante, porque ese discurso es contraproducente” opinó.
Eric Boël, director de Tissages de Charlieu y de la iniciativa Nouvelles Fibres Textiles, señaló durante su exposición que “las empresas no pueden financiar productos tan innovadores, con tanto riesgo, sin apoyo gubernamental”. El directivo, que lleva adelante el proyecto de reciclar 25.000 toneladas anuales de textil a textil, remarcó que “queremos demostrar que es posible combinar economía y ecología a través de la circularidad. Una economía basada en los vínculos humanos, pero también en la proximidad geográfica”.
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Fashion Network / Comunidad Textil
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Por riesgos con la seguridad infantil piden retirar de venta productos de dos plataformas
El Ayuntamiento de Seúl le solicitó a las plataformas de venta minoristas Temu y Alí Express que dejen de comercializar una serie de productos destinados a los niños por no cumplir con las normas de seguridad surcoreanas.
Las autoridades de Seúl advirtieron a los padres sobre los riesgos de comprar determinados artículos en Temu y Alí Express. Según el municipio, “una exposición prolongada a estas sustancias puede perjudicar el crecimiento y la salud de los niños”. También informó que le pidió a las empresas que retiren esos productos, ya que estas no están obligadas legalmente a cumplir con esa petición.
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El anuncio del Ayuntamiento se produjo después de inspeccionar 35 productos que se venden en esas plataformas y entre los que se encuentran paraguas, impermeables o botas de agua. La investigación reveló que estos artículos excedían significativamente los límites autorizados para ciertas sustancias tóxicas.
Se descubrió que los plastificantes a base de ftalatos se hallaban en exceso en los productos analizados. Este químico, utilizado para hacer el plástico más flexible está señalado como un riesgo para el sistema endocrino infantil. Esta sustancia se encontraba hasta 443 veces por encima del límite permitido. Además se encontraron niveles de plomo hasta 27 veces por encima de lo que indica la norma.
Desde Temu respondieron que “han iniciado una revisión interna de inmediato”, afirmaron que retiraron los productos de la venta y resaltaron que están “mejorando continuamente sus sistemas de control de calidad”. Alí Express, por su parte, no emitió ningún comentario al respecto.
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Fashion United / Comunidad Textil
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La ‘moda barata’ produce contaminación y esclavitud especialmente de infancias
La expansión global del modelo de negocio basado en la “fast fashion” ha permitido a algunas empresas multiplicar su rentabilidad, pero a un costo social y ético alarmante. Detrás de cada camiseta a precios irrisorios que inundan las plataformas de venta online, se esconde una realidad que no puede ser ignorada: explotación infantil, jornadas laborales abusivas, y una huella ambiental desproporcionada. Para el empresariado que apuesta por la sostenibilidad, la transparencia y la competitividad ética, esta situación representa un desafío y una oportunidad de liderazgo.
Según la orgenización internacional Save The Children, actualmente, más de 160 millones de niños en el mundo son víctimas del trabajo infantil, y casi la mitad de ellos están sometidos a labores peligrosas que comprometen su desarrollo físico y mental. Muchos de estos menores trabajan en las cadenas de producción del sector textil en Asia, produciendo moda rápida para consumidores del primer mundo. Estos niños reciben hasta un tercio del salario de un adulto por realizar las mismas tareas, en condiciones insalubres, sin acceso a educación, y fuera de cualquier cobertura legal.
La esclavitud moderna, aunque disfrazada bajo normas de subcontratación legal, sigue siendo parte del modelo de negocio de algunas compañías internacionales. Así lo afirma Iu Tusell, profesor de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), España, quien advierte que la estructura de la industria textil -caracterizada por la descentralización, la deslocalización y la falta de regulación globa- la convierte en un terreno fértil para la explotación extrema. Jornadas de 75 horas semanales, ausencia de medidas de seguridad y de control gubernamental en los países en los se concreta, son parte del día a día en muchas fábricas proveedoras.
La rentabilidad de esta fórmula resulta incuestionable en términos puramente económicos, pero profundamente destructiva en términos humanos y reputacionales. Las empresas que integran estas prácticas en su cadena de suministro enfrentan riesgos crecientes de boicot, litigios y pérdida de confianza por parte de consumidores cada vez más informados y exigentes. Además, la presencia de menores en los procesos de producción representa una amenaza directa a los principios de responsabilidad social corporativa que muchas compañías dicen abrazar.
El impacto negativo no se limita al plano social. La industria textil y de la moda genera el 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero y cerca del 20% de las aguas residuales, según la Comisión Económica para Europa de la ONU. La moda rápida, impulsada por el consumo compulsivo promovido en redes sociales mediante prácticas como los hauls o los unboxings, ha duplicado el volumen de producción desde el año 2.000. De mantenerse esta tendencia, se estima que para 2050 el sector podría ser responsable de una cuarta parte de las emisiones globales.
Frente a este escenario, voces académicas como la de Carmen Pacheco y Carles Méndez, también de la española UOC, llaman a una reacción firme desde la industria. La solución, afirman, pasa por fomentar un consumo más consciente, pero también por transformar radicalmente los procesos productivos. No basta con etiquetar productos como sostenibles: es necesaria una vigilancia activa sobre toda la cadena de suministro, transparencia real y una auditoría ética de los socios comerciales.
Para los empresarios comprometidos con un crecimiento económico que no sacrifique derechos humanos ni el equilibrio ecológico, este es el momento de actuar. La implementación de códigos de conducta exigibles, la trazabilidad de los productos y la inversión en producción local o certificada pueden no solo proteger la reputación de una marca, sino también posicionarla como referente de una nueva era empresarial. Ignorar esta realidad ya no es una opción: cada prenda barata conlleva un costo oculto que el mercado y la sociedad están empezando a rechazar.
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Infobae / Comunidad Textil
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‘Sí pero no’, contradicciones del consumidor a la hora de elegir un producto ecológico
En los últimos años, la sostenibilidad se ha convertido en una palabra central en el discurso de la industria de la moda. Marcas, diseñadores y productores incorporan prácticas responsables: materiales reciclados, procesos con menor huella ambiental, colecciones de bajo impacto. Sin embargo, este avance convive con una contradicción creciente, especialmente visible entre los consumidores jóvenes: aunque afirman valorar la sustentabilidad, a la hora de comprar no están dispuestos a pagar más por productos que la garanticen ni limitar la cantidad de prendas.
Esta actitud plantea un interrogante fundamental sobre la sinceridad del compromiso ambiental del público y la efectividad real de las estrategias sostenibles de mercado. Pero el tema de la contaminación ambiental no es un negocio ni una moda que se puede dejar pasar, sino una realidad acuciante que hay que enfrentar, y que es necesario cambiar ya la matriz de consumo.
Algunos estudios sostienen que el comportamiento del consumidor, especialmente en sectores juveniles, está marcado por una fuerte impronta individualista. Elige en función de su deseo, su placer, su identidad y su conveniencia. La lógica que domina sus decisiones es emocional, inmediata y autorreferencial. Incluso cuando declaran preocuparse por el ambiente, sus elecciones tienden a priorizar precio, estética y facilidad de acceso, lo que evidencia una desconexión entre el discurso y la acción. Esta contradicción no puede explicarse únicamente por factores económicos. Está relacionada con una estructura cultural más profunda, propia de nuestra época: el narcisismo contemporáneo, donde el yo es el eje del mundo.
En este contexto, la sostenibilidad adquiere un valor más simbólico que ético. Muchos consumidores quieren “verse bien siendo buenos”, pero sólo si no tienen que renunciar a sus hábitos de consumo. La moda sostenible se convierte entonces en una marca de estilo, no necesariamente en un acto de responsabilidad. Esta mirada estética de la sostenibilidad debilita el impacto transformador que podría tener el consumo consciente y refuerza prácticas de greenwashing, donde muchas empresas simulan compromiso, sin modificar comportamientos de fondo.
Ante este escenario, el desafío para las empresas del sector es doble: por un lado, continuar avanzando en la transformación real de sus procesos productivos. Por otro, comprender profundamente las motivaciones del nuevo consumidor y encontrar maneras de alinear su deseo con decisiones responsables. No alcanza con ofrecer productos éticamente correctos: hay que generar valor emocional, simbólico y cultural en torno al consumo consciente, sin caer en discursos moralistas que alejan en lugar de involucrar.
Pero esta transformación no puede quedar solo en manos de las empresas. La sociedad en su conjunto necesita abordar el problema desde múltiples frentes. La educación debe cumplir un rol decisivo: formar consumidores críticos desde temprana edad, enseñar el impacto ambiental y social de cada elección de compra, promover la reparación y el cuidado de los objetos, y estimular la empatía como valor central. Las escuelas, las universidades y los medios de comunicación deben construir una ética del cuidado que supere el consumo rápido y superficial.
Las organizaciones sociales también tienen un papel fundamental en hacer visible la relación entre consumo y consecuencias, conectando al público con las historias detrás de los productos. Pueden amplificar voces, visibilizar prácticas responsables, denunciar abusos y ofrecer alternativas. En paralelo, los Estados deben promover políticas públicas que premien la durabilidad, el reciclaje, la reutilización y la producción sustentable, así como penalizar el descarte innecesario y la obsolescencia programada.
Las empresas, por su parte, pueden ser líderes de este cambio si reformulan sus estrategias: ofrecer servicios de reparación o rediseño, desarrollar productos modulares, crear campañas que celebren el uso prolongado y diseñar modelos de negocio circulares. La clave estará en crear experiencias que combinen innovación, deseo y sostenibilidad real, accesible y deseable para los consumidores.
Cambiar esta situación exige una reeducación del deseo, una recuperación del sentido de lo colectivo y una nueva relación con el tiempo y los objetos. No se trata solo de fabricar de otro modo, sino de habitar el mundo de una manera distinta. Y la industria de la moda, con su enorme poder simbólico y cultural, tiene la capacidad -y la responsabilidad- de abrir ese camino.
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Comunidad Textil
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