La industria abre un nuevo ciclo con la incorporación de colorantes biotecnológicos
Los colorantes biotecnológicos están saliendo del laboratorio y entrando en la cadena industrial con una velocidad inédita, marcando un punto de inflexión para un sector que busca reducir impactos sin sacrificar rendimiento ni costos. Tras décadas de investigación, los primeros índigos derivados de fermentación -el pigmento esencial del denim- están demostrando que la biología sintética puede competir con los colorantes petroquímicos que hoy dominan un mercado de 70.000 toneladas anuales.
Empresas como Pili, Chloris, Colorifix y Octarine Bio han logrado recuperar la pureza, el tono y la estabilidad del índigo convencional, al tiempo que despliegan procesos más limpios, operados a menores temperaturas y con efluentes significativamente menos contaminantes. Esto es especialmente relevante en una industria donde el teñido sigue siendo una de las etapas más críticas en términos ambientales.
Chloris, por ejemplo, ya opera biorreactores capaces de producir hasta 10.000 toneladas de su Azul Claessen, un pigmento generado por un microorganismo natural no modificado. La compañía ha enviado cientos de toneladas a fábricas y asegura que los procesos son más eficientes, con menores sales suplementarias y menor demanda energética en los lavados posteriores.
Pili avanza en el mismo camino. Su Eco-Índigo alcanzó su primera producción comercial en 2024 y ya fue utilizado para teñir 100.000 prendas de Citizens of Humanity. La empresa planea multiplicar su capacidad en 2026 y proyecta llegar al millón de jeans teñidos con su pigmento. Ambos casos muestran que la barrera del escalamiento -el gran desafío para competir con colorantes que cuestan alrededor de US$ 5 por kilo- empieza a ceder.
La biotecnología también está expandiéndose más allá del azul. Octarine Bio lanzó nuevos tonos -rosa, morado, verde y azul- que se adhieren directamente a la fibra sin calor ni químicos auxiliares, reduciendo todavía más la carga ambiental. Colorifix, desde Reino Unido, ya opera biorreactores en fábricas europeas y asiáticas, escalando de gramos a toneladas de tela por semana mediante microorganismos diseñados para producir distintos colores.
A pesar de estos avances, el cambio no es automático. Convencer a tintorerías y marcas requiere pruebas, nuevas recetas y ajustes técnicos. Los responsables de estas innovaciones reconocen que el conocimiento de los técnicos es decisivo: la molécula cambia y, con ella, los parámetros del proceso.
Pero también subrayan beneficios económicos directos. Según Chloris, sus aguas residuales carecen de metales pesados, anilina o solventes, lo que reduce costos de tratamiento, además de ofrecer ahorros energéticos y mejor comportamiento en fibras elásticas.
Las marcas encuentran otros incentivos: trazabilidad, diferenciación, cumplimiento normativo anticipado y un mensaje claro para el consumidor. Los primeros ejemplos -como Citizens of Humanity o Levi’s con su pigmento BioBlack, derivado de residuos de madera- muestran que la incorporación de colorantes de bajo impacto ya está en marcha.
Aunque los desafíos de producción, costo y adopción continúan, la biotecnología aplicada al color se perfila como una de las transformaciones más prometedoras para un sector urgido de soluciones sostenibles y escalables. La pregunta ya no es si estos pigmentos llegarán al mercado masivo, sino cuán rápido la industria podrá aprovechar su potencial económico, técnico y ambiental.
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