‘Sí pero no’, contradicciones del consumidor a la hora de elegir un producto ecológico
En los últimos años, la sostenibilidad se ha convertido en una palabra central en el discurso de la industria de la moda. Marcas, diseñadores y productores incorporan prácticas responsables: materiales reciclados, procesos con menor huella ambiental, colecciones de bajo impacto. Sin embargo, este avance convive con una contradicción creciente, especialmente visible entre los consumidores jóvenes: aunque afirman valorar la sustentabilidad, a la hora de comprar no están dispuestos a pagar más por productos que la garanticen ni limitar la cantidad de prendas.
Esta actitud plantea un interrogante fundamental sobre la sinceridad del compromiso ambiental del público y la efectividad real de las estrategias sostenibles de mercado. Pero el tema de la contaminación ambiental no es un negocio ni una moda que se puede dejar pasar, sino una realidad acuciante que hay que enfrentar, y que es necesario cambiar ya la matriz de consumo.
Algunos estudios sostienen que el comportamiento del consumidor, especialmente en sectores juveniles, está marcado por una fuerte impronta individualista. Elige en función de su deseo, su placer, su identidad y su conveniencia. La lógica que domina sus decisiones es emocional, inmediata y autorreferencial. Incluso cuando declaran preocuparse por el ambiente, sus elecciones tienden a priorizar precio, estética y facilidad de acceso, lo que evidencia una desconexión entre el discurso y la acción. Esta contradicción no puede explicarse únicamente por factores económicos. Está relacionada con una estructura cultural más profunda, propia de nuestra época: el narcisismo contemporáneo, donde el yo es el eje del mundo.
En este contexto, la sostenibilidad adquiere un valor más simbólico que ético. Muchos consumidores quieren “verse bien siendo buenos”, pero sólo si no tienen que renunciar a sus hábitos de consumo. La moda sostenible se convierte entonces en una marca de estilo, no necesariamente en un acto de responsabilidad. Esta mirada estética de la sostenibilidad debilita el impacto transformador que podría tener el consumo consciente y refuerza prácticas de greenwashing, donde muchas empresas simulan compromiso, sin modificar comportamientos de fondo.
Ante este escenario, el desafío para las empresas del sector es doble: por un lado, continuar avanzando en la transformación real de sus procesos productivos. Por otro, comprender profundamente las motivaciones del nuevo consumidor y encontrar maneras de alinear su deseo con decisiones responsables. No alcanza con ofrecer productos éticamente correctos: hay que generar valor emocional, simbólico y cultural en torno al consumo consciente, sin caer en discursos moralistas que alejan en lugar de involucrar.
Pero esta transformación no puede quedar solo en manos de las empresas. La sociedad en su conjunto necesita abordar el problema desde múltiples frentes. La educación debe cumplir un rol decisivo: formar consumidores críticos desde temprana edad, enseñar el impacto ambiental y social de cada elección de compra, promover la reparación y el cuidado de los objetos, y estimular la empatía como valor central. Las escuelas, las universidades y los medios de comunicación deben construir una ética del cuidado que supere el consumo rápido y superficial.
Las organizaciones sociales también tienen un papel fundamental en hacer visible la relación entre consumo y consecuencias, conectando al público con las historias detrás de los productos. Pueden amplificar voces, visibilizar prácticas responsables, denunciar abusos y ofrecer alternativas. En paralelo, los Estados deben promover políticas públicas que premien la durabilidad, el reciclaje, la reutilización y la producción sustentable, así como penalizar el descarte innecesario y la obsolescencia programada.
Las empresas, por su parte, pueden ser líderes de este cambio si reformulan sus estrategias: ofrecer servicios de reparación o rediseño, desarrollar productos modulares, crear campañas que celebren el uso prolongado y diseñar modelos de negocio circulares. La clave estará en crear experiencias que combinen innovación, deseo y sostenibilidad real, accesible y deseable para los consumidores.
Cambiar esta situación exige una reeducación del deseo, una recuperación del sentido de lo colectivo y una nueva relación con el tiempo y los objetos. No se trata solo de fabricar de otro modo, sino de habitar el mundo de una manera distinta. Y la industria de la moda, con su enorme poder simbólico y cultural, tiene la capacidad -y la responsabilidad- de abrir ese camino.
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