¿Es cara la ropa argentina?
Escribe Luciano Galfione para El Cronista
“Que la ropa es cara se extiende como mantra y lleva a conclusiones que atentan contra una de las industrias de industrias más importantes que tenemos y que ha sido denominador común en la historia del desarrollo del mundo. Discutamos el precio de la ropa, discutamos si la ropa es cara, pero busquemos soluciones para alcanzar objetivos virtuosos que nos robustezcan, que nos permitan seguir mejorando nuestras capacidades y creando empleo en todo el país.
Empecemos con esta realidad: Argentina está cara si comparamos con el poder adquisitivo de la sociedad (fuertemente afectado en los últimos meses por los aumentos de tarifas, transporte y alimentos, y salarios y jubilaciones que pierden contra la inflación, hace ya varios años) como si comparamos con el dólar (tipo de cambio que aumenta mucho menos que la inflación).
Sin embargo, no es cierto que la ropa fue el rubro que más aumentó y que está más cara que el resto de los bienes. La ropa no sólo registra los menores aumentos en los últimos meses, sino que, considerando un período de tiempo más largo, siete de los 12 rubros del IPC aumentaron más que la ropa: alimentos y bebidas, equipamiento y mantenimiento de hogar, salud, transporte, recreación y cultura, restaurantes y hoteles y bienes y servicios varios. Incluso muchas de estas categorías incluyen -además de bienes- servicios con precios regulados (o subsidiados) que tiran el promedio hacia abajo. Así, el Índice de Precios al Consumidor (IPC) de INDEC marca que la inflación fue del 4,7% entre diciembre 2016 y febrero 2024 mientras que los precios de las prendas de vestir se incrementaron un 4,4% (290 p.p. por debajo del nivel general).
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Esta realidad muchas veces queda invisibilizada y se distorsiona la verdad con comparaciones incorrectas de precios de ropa en Argentina contra precios del resto del mundo. Con falencias metodológicas, se comparan marcas muy distintas -no es lo mismo GAP, H&M, Zara o Louis Vuitton- o se comparan productos de nueva colección con temporadas anteriores. Muchas veces tampoco se incluyen los costos de financiación en los precios internacionales o no se incluyen impuestos al consumidor (Argentina los incluye en el precio de venta online mientras EE.UU. en general no). Tampoco consideran la distorsión que genera el costo logístico de transportar un producto a miles de kilómetros, en relación con el peso que tiene en los países señalados. Y, además, suelen comparan precios a dólar oficial cuando tanto una compra en el exterior con tarjeta como una importación no se realizan a ese dólar sino que pagan otros impuestos que lo encarecen.
Solo con revisar los portales de venta online, vemos corpiños de Caro Cuore o Selú (lencería de marca premium y calidad argentina) en promedio de $35 mil pesos y bombachas con precios entre $15 mil pesos con impuestos. Quedando el conjunto en u$s 49 mientras que el conjunto de ropa interior clásico de Victoria´s Secret supera los u$s 68.
En Argentina, existe ropa accesible, ropa de precio medio, cara y carísima. Existe una enorme amplitud de precios: prendas similares pueden valer hasta 1200% más dependiendo de dónde se compre. La comercialización de la ropa en Argentina está atomizada: hay más de 17.000 empresas registradas que comercializan ropa en todo el país. Y esta atomización se acentuó aún más con los nuevos canales como los online y el crecimiento de comercios minoristas a la calle como los de la calle Avellaneda.
Buena parte de esta variedad de precios dependen de factores que hacen a la comercialización y no a la industria. Costos de alquiler, gastos de publicidad y marketing, costos logísticos, de intermediarios e, incluso, tributarios hacen la diferencia.
Y si bien esto también pasa en otros sectores de bienes durables y alimentos, la ropa registra una mayor amplitud relativa. Comparando precios en portales de supermercados, farmacias o locales de electrodomésticos, vemos, por ejemplo, mostacholes de igual características y distintas marcas con una diferencia de precios del 270% entre los más caros y los más baratos, del 191% en ibuprofeno, 148% en Smart TVs, 136% en detergentes, 123% de diferencia en rollos de cocina, del 86% en leches, 85% en paracetamol, 66% en pan lactal y un 55% en desodorantes. Y esto sólo para ilustrar algunos ejemplos.
A pesar de esta variedad y si bien el INDEC releva todo tipo de comercio, el IPC le da más peso en el total a la ropa de marca premium. Y esto es así porque se basa en una encuesta de consumo del año 2004/05 (EnGHo). 20 años atrás se consumía mucho más en shoppings que hoy y no existían muchos de los nuevos canales de comercialización. Luego, muchos extrapolan (incorrectamente) la dinámica de este segmento de ropa de marca premium a la totalidad del mercado cuando en realidad representa menos del 10% de las ventas de indumentaria en el país.
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A su vez, el IPC de INDEC no toma promociones ni descuentos, sino precios de lista. Las liquidaciones cada vez son más recurrentes, pero este fenómeno no se ve reflejado en la medición de los precios al consumidor. Tampoco discrimina si la ropa es importada o nacional lo cual es crucial dado el gran componente importado que tiene la ropa que se vende en shoppings. En efecto, se calcula que un 65% de los productos de marca premium son importados y que del 35% restante se fabrica en el país con la mitad de sus insumos de origen importado. Hacia el interior de las marcas los mayores precios se observan en ropa importada y no en la nacional. Por ejemplo, si comparamos el precio de un jean Levis que es importado y un jean equivalente como de Taverniti que es nacional, vemos que el primero se vende el doble más caro que el segundo. O bien, una remera de algodón de Lacoste (importada) vale el doble que una remera de algodón equivalente como de Bolivia (nacional) y nueve veces más que una remera de algodón de fabricación nacional vendida en locales propios como la marca Le Utthe.
Entonces, ¿por qué se culpa a la industria nacional por los precios de la ropa? ¿»Abrir las importaciones» es solución para bajar los precios?
Se ataca al segmento industrial cuando en realidad se deberían discutir los costos comerciales como los de alquiler de locales o logísticos o incluso la estructura impositiva en una cadena productiva con mayor cantidad de eslabones -desde la materia prima al mostrador- distribuidos territorialmente en todo el país y con muchos impuestos que se van acumulando en cascada aguas abajo.
No solo la estructura de costos muestra que aun importando el precio no baja, sino que los números más recientes dejan de manifiesto que no existe una correlación directa entre precios e importación. Concretamente, en el período 2016-2019 las importaciones de prendas fueron elevadas (alrededor de 130 mil toneladas) y los precios de la ropa aumentaron por debajo de la inflación. Mientras que en el período 2020-2024, las importaciones de prendas fueron incluso más altas que en el período anterior (cifras récord) pero los precios estuvieron por arriba de la inflación.
Una apertura comercial en Argentina, lejos de ser una solución, es un viejo y conocido problema. Sus consecuencias ya ocurrieron en un pasado reciente y son muy difíciles de revertir. En la década del ‘90, la apertura llevó a la destrucción de parte del entramado productivo local. Muchas empresas quebraron y miles de trabajadores perdieron su empleo. A su vez, estas políticas generaron cambios estructurales que no se han podido revertir. Concretamente, muchas marcas se desligaron de la fabricación y pasaron a importar y/o a tercerizar la confección atentando contra la formalidad que nunca volvió a los niveles previos a pesar de más de una década de fomento a la producción a partir de 2002. La apertura de importaciones durante los años 2016-2019 generó el cierre de más de mil empresas y la pérdida de 26 mil empleos formales y al día de hoy -incluso después de 3 años de crecimiento sectorial- sólo se lograron recuperar 11 mil.
Las consecuencias de la apertura se agravan si se contempla que el origen de esa ropa importada genera competencia desleal. América latina es blanco de productos excedentes de temporadas pasadas del Norte y del fast fashion proveniente del sudeste asiático (ropa confeccionada bajo condiciones laborales y ambientales muy precarias). Mientras Europa discute aplicarles altos impuestos a estas formas de producción y exigir mayores estándares de calidad de la ropa que ingresa al bloque, Argentina ni siquiera cuenta con suficientes regulaciones comerciales que hagan frente a este tipo de prácticas desleales.
Además, el primer mundo -al que buscamos asemejarnos- avanza en sentido contrario al de la irrestricta apertura comercial, defendiendo el trabajo fronteras adentro. El reciente informe del FMI, Industrial Policy Coverage in IMF Surveillance-Broad Considerations, muestra cómo la política industrial se está fortaleciendo en países desarrollados, con el objetivo de generar incentivos para robustecer actividades estratégicas y ganar terreno en las cadenas de valor. Tal es así que en los últimos 10 años se cuadruplicaron las medidas restrictivas al comercio de bienes.
Dicho todo esto, no debemos desviar el eje de la discusión de los problemas de fondo, los que verdaderamente afectan a nuestra economía para crecer de forma sostenida. Para explicar un síntoma debemos partir de un correcto diagnóstico. El problema no es la industria nacional, no son las empresas que apostaron al país, invirtiendo y generando empleo. Antes de habilitar falsas soluciones cortoplacistas, debemos ocuparnos en resolver las principales dificultades estructurales: lograr una macroeconomía estable, alcanzar un sistema financiero compatible con la producción, generar empleo de calidad con salarios con poder de compra para tener un mercado interno robusto, bajar la alta presión tributaria sobre la producción, morigerar el sobrepeso de los alquileres en la estructura de costos y mejorar la infraestructura para bajar costos logísticos. Todos son aspectos que nos permitirán ser más competitivos y ampliar nuestros mercados.”
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Luciano Galfione es empresario textil y Presidente de la Fundación ProTejer.
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