Las marcas de moda que apuntan a la generación Z ofrecen precios cada vez más bajos para tentarlos en la contaminante costumbre de la ‘moda rápida’. En sus plataformas de e-commerce, minoristas como la británica Boohoo o las chinas Emmiol y Shein suman tentadoras promociones a sus ya baratos productos.

Este estímulo constante a comprar cada vez más ropa y utilizarla por menos tiempo cala hondo en el espíritu adolescente que termina, muchas veces sin saberlo, adoptando una costumbre no sólo consumista sino excesivamente contaminante.

La ropa que estos jóvenes descartan termina en vertederos, quemada en hogueras o en los ríos y mares de diversos países, o en regiones que aceptan terminar como sumideros. Las marcas de moda, en vez de concientizar a sus clientes acerca de la responsabilidad ecológica del consumo, prefieren contratar populares influencers que festejan el rito de “comprar y descartar”. Con estas prácticas, Shein aumentó sus ventas un 60% en 2021 y facturó US$ 16.000 millones.

Para ofrecer un nivel de precios tan atractivo no alcanza con vender ropa de baja calidad. La ONG suiza Public Eye descubrió que los empleados de las fábricas subcontratadas por Shein en China trabajaban hasta 75 horas semanales. Esta carga horaria es considerada trabajo esclavo en cualquier lugar donde se respetan los derechos laborales.

A esto hay que sumarle el descomunal consumo de agua del que es responsable la industria del fast fashion. Además, esta forma de producción de textiles genera tantas emisiones de gases de efecto invernadero como el transporte aéreo y marítimo juntos.
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Fashion Network / Comunidad Textil

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